Un cielo nublado, una mano peluda, de mono, que emerge por la parte inferior de la pantalla blandiendo un hueso, una herramienta, la primera herramienta. Es el amanecer del hombre tal como nos lo cuenta Kubrick en su magistral 2001: Una odisea en el espacio.
Cámara lenta, suenan los acordes de "Así habló Zaratustra" de Richard Strauss. El mono ha empezado a pensar, amanece el hombre. El hombre, capaz de lo sublime y lo miserable. Su herramienta le sirve para desarrollarse, para evolucionar, para progresar por encima de los otros animales, para dominar la tierra, pero también para asesinar a sus semejantes, como comprobaremos poco después.
Toda la historia humana no es sino la historia de esa evolución, del animal al ser racional, al ser pensante. El mono se alimentará de carne, dominará a los animales, no temerá a los leones ni a las panteras, pero toda su historia será también la historia de los conflictos con sus semejantes, de Caín matando a Abel, una orgía de destrucción y muerte.
De hecho, el amanecer del hombre es el título que Kubrick pone a toda la primera parte de su obra maestra: del mono al hombre del espacio, el que descubre el monolito en la luna. Seguimos en el amanecer, ¿qué somos sino meros monos que piensan?
La historia de la humanidad resumida en unos pocos fotogramas, no se puede decir más con menos. ¡Gracias Sr. Kubrick, Don Stanley!
No hay comentarios:
Publicar un comentario