
Volvamos al tema que ya reflejé en la segunda parte del artículo titulado Literatura debe ser libertad. En él se demostraba una mentira, una mentira que, como todas las mentiras, puede tener sus efectos. Unos niños contestan, acertadamente en la mayoría de los casos, unas estúpidas preguntas en un programa de televisión. ¿A alguien se le ha ocurrido pensar en los sentimientos de los niños que vean el programa?, ¿qué pensarán al compararse con esos supuestos genios? Y, mientras tanto, los fiscales y los jueces preocupados persiguiendo a El Jueves.
En fin, la mentira, la mentira omnipresente en nuestra sociedad. Miente toda la publicidad, ¿alguien se ha preocupado en calcular el número de mentiras por minuto que tenemos que tragarnos en los espacios publicitarios? Mienten los políticos, pero, claro, de eso ya nos advirtió Tierno Galván. Mienten las encuestas, en este blog hay una que demuestra que el 100% está en contra del canon digital. El 100% de 3 naturalmente. Mienten los porcentajes, ¿alguien ha pensado en las extrañas propiedades que tienen los porcentajes?. Mienten las estadísticas, ¿acaso alguien cree en el IPC?, ¿acaso no lo desmienten nuestros bolsillos?. Mienten los periódicos (no he podido enlazar nada aquí porque unos hablan de las mentiras de los otros y los otros de las de los unos), por ignorancia o por malicia. Miento hasta yo...
Ante tanta mentira, es imprescindible la educación en el sentido crítico, en la capacidad de duda. Es fundamental que nos eduquen, como dice Ferrán Monegal en tener la boca pequeña, para no tener que comulgar con ruedas de molino. Los niños tienen que aprender a dudar... hasta de su profesor.
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